En las vistas aéreas de Sevilla, se aprecia cómo el plano de la ciudad se encuentra constantemente coloreado por cuadrángulos verdes que anuncian vegetación: son los claustros, el hortus conclusus o huerto cerrado medieval, jardines interiores históricamente ocultos en los centros urbanos, lejos de las miradas del mundo. Sevilla experimentó un auge de fundaciones conventuales tras la conquista del rey cristiano Fernando III a mediados del siglo XIII, pero también y especialmente a partir del siglo XVI, cuando la ciudad goza de un importante proceso de expansión demográfica y económica, auspiciada por la concesión a su puerto del monopolio comercial con las Indias. Antes de las desamortizaciones del siglo XIX, unos 80 conventos, 45 masculinos y 35 femeninos, acogían a personal religioso de distintas órdenes, circunstancia que convirtió a Sevilla en una verdadera ciudad-convento.
Hoy en día, muchos de estos conventos han perdido su función de clausura, pero sus arquitecturas y jardines perviven todavía, esperando ser descubiertos. Uno de los más singulares y antiguos de la ciudad es el convento de Santa Clara. En el interior, en terrenos que fueron huertas de las monjas, aparecen sorpresas como la Torre de Don Fadrique, construcción gótica del siglo XIII que nos hace suponer que antes de convento el conjunto fue primero palacio de este hijo de Fernando III, "torre encantada" que fue además testigo de los amores de este infante con su madrastra Juana de Ponthieu. En los años 20 del siglo XX, la torre y su entorno fueron acondicionados por Juan Talavera y Heredia para acoger el primer Museo Arqueológico Municipal. Los alrededores de la torre se transforman entonces de huerta en un pequeño jardín, donde Talavera crea un ámbito de carácter íntimo, usando elementos vegetales -mirto, naranjos, cipreses- y ornamentales -como la alberca rectangular para que la torre se refleje en el agua- que vienen a actualizar la mejor jardinería mediterránea y andalusí, del mismo modo que Forestier había realizado recientemente en el Parque de María Luisa.
El conjunto fue monasterio de monjas clarisas hasta 1998 y, desde 2011, funciona como un centro cultural gestionado por el Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS). El antiguo jardín cerrado, ahora abierto, nos invita a ser explorado.
Hoy en día, muchos de estos conventos han perdido su función de clausura, pero sus arquitecturas y jardines perviven todavía, esperando ser descubiertos. Uno de los más singulares y antiguos de la ciudad es el convento de Santa Clara. En el interior, en terrenos que fueron huertas de las monjas, aparecen sorpresas como la Torre de Don Fadrique, construcción gótica del siglo XIII que nos hace suponer que antes de convento el conjunto fue primero palacio de este hijo de Fernando III, "torre encantada" que fue además testigo de los amores de este infante con su madrastra Juana de Ponthieu. En los años 20 del siglo XX, la torre y su entorno fueron acondicionados por Juan Talavera y Heredia para acoger el primer Museo Arqueológico Municipal. Los alrededores de la torre se transforman entonces de huerta en un pequeño jardín, donde Talavera crea un ámbito de carácter íntimo, usando elementos vegetales -mirto, naranjos, cipreses- y ornamentales -como la alberca rectangular para que la torre se refleje en el agua- que vienen a actualizar la mejor jardinería mediterránea y andalusí, del mismo modo que Forestier había realizado recientemente en el Parque de María Luisa.
El conjunto fue monasterio de monjas clarisas hasta 1998 y, desde 2011, funciona como un centro cultural gestionado por el Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS). El antiguo jardín cerrado, ahora abierto, nos invita a ser explorado.
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